Trepa sin silencio la tibieza de tu lengua,
y mi piel delega en ella sus deseos,
hábitat de los fuegos que nos empadrona
alistados a la hora que despierta el cuerpo.
El volcán de tu boca jadea mi nombre
y arde el hombre que desnuda su verbo
para derramarse ciego sobre mis poros insomes
erectándote sobre el diámetro de mi cuerpo.
Acelera la sangre la ceremonia cenital
lamida la sal que endulza con tal pasión
entretejiendo el amor hasta la profundidad
alterando el respirar que gravita en la tentación.
Salivas que nos untan de furias y paz,
derramando el mar que cabe entre muslos,
tactos a lo sumo del placer que va por más
haciéndonos levitar en su fébril mundo.
Esencia